«¿Esto es como el IKEA? ¿Tienes que hacer todo el recorrido y no puedes atajar?» Esta frase la escuché ayer, visitando una exposición de pintura. Y me habría hecho mucha más gracia si el que la pronunció no fuera mi pareja, acompañándome a regañadientes y haciendo comentarios sobre «cuántos culturetas» había.
Cuando nos conocimos, y hasta los primeros años saliendo juntos, me acompañaba de buena gana a muchas exposiciones y museos, incluso mostrando interés por alguna obra y comentando lo que le parecían. Pero conforme aumentaban los años juntos y la confianza, el interés fue desapareciendo y desde hace años intento ir sola a las exposiciones, sabiendo que para él no es nada apetecible.
Hace tiempo le planteé precisamente eso: su cambio de actitud y cómo me había «engañado» al principio, cuando aún tenía que ganar puntos para conquistarme; y su respuesta me dejó sin argumentos: «No te engañaba, no me importa visitar un museo o dos, pero es que en estos años contigo he visto más museos y exposiciones que una persona normal en toda su vida, y ya estoy saturado».
Puede que tuviera razón. A veces se nos olvida que algo que nos apasiona y nos parece la mar de interesante, a otra persona puede resultarle un tostón. En cualquier caso, me alegro de que mi chico, en vez de quejarse y protestar, opte por tomárselo con humor y utilizar su ingenio. Eso sí, antes de buscar la salida y decirme que me espera fuera.