Nunca pensé que una de mis tareas pendientes sería entrenar para una carrera. Una carrera de verdad: 5 kilómetros dejándote el aliento hasta llegar a ese maravilloso lugar en el que pone «META».
Al margen de algunas salidas esporádicas a correr por el parque junto a casa, mi relación con el running siempre había sido de indiferencia recíproca. Y si me hubieran dicho hace cuatro meses que madrugaría para bajar a correr, o que podría hacer casi 7 km seguidos, me habría dado un ataque de risa.
Pero la verdad es que, después del ahogo inicial, me gusta bastante correr. Sigo terminando rojísima y con unas pulsaciones dignas de un ataque al corazón, pero la sensación de satisfacción es impagable. No sé si será sólo una cuestión hormonal, o el subidón de endorfinas, pero hasta me veo más guapa un par de horas después de correr.
Hoy he participado por primera vez en una carrera. A pesar de que era una carrera popular y de sólo 5 km, nada profesional, estaba muy nerviosa y con miedo a no poder acabarla, o terminar la última. Pero afortunadamente no han pasado ninguna de las dos cosas: he acabado en menos tiempo de que creía, hacia la mitad de la clasificación, con buen ritmo e incluso con la sensación de que podría haber aguantado algo más.
Lo mejor de la carrera, además del orgullo de haberla completado y, sobre todo, de que mi chico la haya completado aún más rápido que yo, ha sido ver cómo hay gente que acude a ver la carrera y te va animando cuando pasas a su lado, sin conocerte de nada pero empujándote, aplaudiendo y diciéndote que ya queda poco para conseguirlo. Se agradece, y mucho. De hecho, creo que si me entero de alguna carrera, y no participo, iré a animar yo también.
Soy consciente de que ha sido una carrerilla de nada, no tiene un gran mérito. Pero esto ha sido sólo el comienzo… Gente que participó aquí hace un año, hoy corría en la prueba para especialistas con el doble de kilómetros. El año que viene, ¡¡correremos con ellos!!
(Foto: Noferet)